lunes, 9 de julio de 2012

Pablo Suñe

Resulto ser que en el último cuarto del siglo pasado había instalado mis aposentos en la biblioteca de la casa de mi abuela.
Compartía el tiempo con los libros de la familia entre los que habitaban muchas, muchas pero muchas novelas clásicas de tío abuelo Pablo al que ni siquiera conoció mi homónimo padre.
Este chico Pablo estudiaba ingeniería y fue un activista posta en la revolución universitaria en La Plata, contaba orgullosa mi abuela, que se habían atrincherado en el museo no sé cuanto tiempo y su padre panadero les llevaba pan y se los pasaba por una ventana.
La macana es que se murió a los 22 años, un garrón familiar que recién ahora puedo dimensionar.
Me fascinaba este viejo 5 años mayor que yo, le leí sus Dumas, sus Vernes, sus Dostoyevieskis, sus Shopenhauers como una forma de conocerlo. Tambien estaban sus cuadernos y notas que de tanto en tanto analizaba.
Que se yo.
El sábado estaba en una librería viendo las pilas de clásicos y calcule el tiempo que se invierte en leer todo eso además de lo que no es clásico y no estaba en las pilas y me acorde de el.
De sus 22 años se le fueron un montón leyendo todo eso.
A mi también.
Me dió un escalofrío porque quise recordar el Príncipe Idiota y lo único que me acorde es que era un puterío y que al tipo lo condenan a muerte y luego zafa. O sea que fue una pérdida total de tiempo.
Una pérdida mal!!!
Leer novelas es equivalente a mirar películas. Una perdida de tiempo con aspiraciones de intelectualidad elevada.

Nos hacen consumir literatura como si fuese algo santo, algo con que chapear cuando son lisa y llanamente historias, con más o menos metáforas, algo que le puede pasar a cualquiera y mientras uno lee tiene mínimas posibilidades que esas cosas copadas le pasen a uno.
Es tan triste leer historias de otros como mirar películas, una forma de quitarse el aburrimiento porque nada pasa en la vida propia.
Evadirse en el fondo.
Nada... me voy a mirar otro ratito el facebook.

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