viernes, 20 de mayo de 2011

El espejo.

Por alguna razón me acuerdo perfectamente esta escena como si hubiese ocurrido esta misma mañana.
Hace un millón de años mi abuela volvia de visitar a una prima y me contó que había visto que en la casa estaban tapados los espejos con tul.
Me dió dos justificaciones.
Los tapaba para que las moscas no los cagaran o porque no quería verse reflejada.
Con mi inexperiencia decidí que la buena señora no quería limpiar los espejos.
Pasaron los años y años mas años y me di cuenta de que no me estaba mirando al espejo con frecuencia.
De repente veía que las cejas se me unían en el entrecejo y había que hacer una operación depilatoria intensa, cosa que no sería necesaria con el emprolijamiento diario.
Realmente no me miraba en el espejo.
El espejo.
El instrumento óptico mas primitivo es cruel como todo lo primitivo.
Te le acercas y chau.
De repente te descubrís arruguitas una mas aquí... otra mas allá... forman caminos largos que bajan y se pierden y haces por primera vez en tu vida el experimento de estirarte la cara con las dos manos atrás para ver que cambia.
Y cambia!
No se... es raro... de momento me dio curiosidad y pienso dejarlo a disposición de las de las moscas.
Enriqueta se llamaba la prima de mi abuela y se teñía el pelo de un color que si el sol le pegaba de cierta manera se veía azul.
Copada Enriqueta.
Se reían mucho en las juntadas en lo de mi abuela.

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